Una noche de reencuentro, sudor y emoción en el Icónica Fest.
Sevilla era un horno, un infierno de asfalto que te soldaba la ropa al cuerpo. Pero en la Plaza de España, dentro del recinto del Icónica Fest el calor era bien distinto. Era el calor de miles de gargantas esperando, de la sed de un reencuentro con el público Sevillano que se había hecho demasiado largo. Y en medio de ese fuego, apareció La Raíz para nutrirnos con su música como una raíz nutre al árbol, como ese árbol nos da sombra y, al mismo tiempo y de forma contradictoria, echarnos más leña al fuego.
Antes, los Reincidentes nos recordaron que jugaban en casa y que la rabia sigue intacta. Y después, O’Funk’illo soltó su funkazo y puso los cuerpos a bailar, despidiendo una intensa noche.
Pero como en la vida, lo que de verdad te marca pasa en el medio.
Y en esa mitad, sin anestesia, «A la sombra de la sierra» nos voló la cabeza. Y nos la voló por dos motivos principales: La Raíz estaba de vuelta en Sevilla, y, además, porque Pablo Sánchez, el líder de la banda estaba con ellos cantando los primeros versos de A la sombra de la sierra. El público respondió como si le fuera la vida en ello, ignorando los más de treinta grados a la sombra de la noche sevillana.
A partir de ahí, un bombardeo: cayeron, entre otros himnos, «Muérdeles», «El circo de la pena», «El lado de los rebeldes»… cada tema un gancho directo a la mandíbula, cada estribillo un grito de guerra coreado por una familia que se reconocía en cada letra. Con «Jilgueros» volamos y con «Elegiré» pasó lo de siempre: un enorme bosque de brazos al aire, una conexión que, desde mi humilde punto de vista, ninguna otra banda consigue.
No dieron tregua. Sonaron «El tren huracán», «Nuestra nación», la molesta «Llueve en Semana Santa» y la necesaria «Radio Clandestina». Y en mitad de la batalla, el golpe. Un vídeo en las pantallas, imágenes de la banda en sus inicios y en su reencuentro, con «Tiempo» sonando de fondo. Un nudo en la garganta. del tamaño de la Giralda . A mí, personalmente, me hubiera gustado que tocasen la canción, pero no se puede tener todo en esta vida.
Senka, como viene siendo habitual en esta gira, hizo de maestro de ceremonias y presentó a Pancho de ZOO, el hermanísimo, que se cantó algunos temas, y también a Tato James, el amigo de Pablo y guitarrista, y cofundador junto con él, de Ciudad Jara. El escenario era un refugio, casa.
Fue el propio Pablo quien nos puso los pies en la tierra. Nos habló de la gira, de lo difícil, lo bonita y lo jodidamente complicada que está siendo por su batalla personal. No fue un discurso. Fue una confesión a quemarropa, una lección de coraje que nos dejó a todos con el corazón en un puño y ese mismo puño en alto por él.
Después de esos momento de honestidad brutal, nos regalaron «Solo quiero de ti» y la promesa hecha canción, «Nos volveremos a ver», que sonó a juramento. Hicieron un amago de despedirse, pero nadie se movió. Sabíamos que faltaba el último asalto.
Volvieron para rematarnos, acompañados con la fuerza de sus dos coristas y desataron «La hoguera de los continentes». Después pusieron a todo el mundo a botar con «Rueda la corona». Antes de terminar también sonó el verso de la abuela de Pablo y Pancho con Las miserias de sus crímenes. El cierre, como no podía ser de otra forma, llegó con «Entre poetas y presos», el himno final que nos dejó afónicos, sudando a chorros y con el alma llena.
Sí, hacía un calor de mil demonios. Pero el sudor era el combustible. En esa plaza monumental, La Raíz nos recordó que sus canciones no son solo para escucharlas, son para vivirlas, para sudarlas y para luchar con ellas. Una noche para no olvidar. Nos volveremos a ver, Pablo y compañía.
Vaya si nos veremos.